FILOSOFÍA EDUCATIVA
Este portafolio inspira el desempeño profesional en un concepto que entiende a la educación como un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social, siendo éstos principios generales que sustentan el quehacer de la educación infantil desde los planteamientos precursores de figuras como la de Comenius, Pestalozzi, Froebel, Decroly y Montessori. Estos ideales constituyen una fuerza posibilitadora del cambio, donde solo en ella puede nacer la verdadera humanidad (Freire, 2009; Brunner, 2003), y desde este aspecto, surge su función esencial, dirigida al desarrollo continuo de la persona y las sociedades, siendo la vía a un desarrollo humano más armonioso, más genuino, retrocediendo de esta forma la pobreza, la exclusión, las incomprensiones, las opresiones, entre otros.
Asimismo, la educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, la potenciación y enriquecimiento de todos sus talentos y sus capacidades, lo que implica la realización de su proyecto personal. De acuerdo a esto, Fröebel plantea: “La educación consiste en suscitar las energías del hombre como ser progresivamente consciente pensante e inteligente, ayudar a manifestar con toda pureza y perfección, con espontaneidad y conciencia, su ley interior, lo divino que hay en él”. (Luzuriaga. 1963: 200). Esto nos permite tener presente, como futuras educadoras, que el quehacer educativo debe estar a la base del respecto y aceptación de cada niño/a, considerando su principio de singularidad (MINEDUC, 2001), ofreciendo así, posibilidades de experimentar, de tantear, de probarse a sí mismo, limitando ese “no” reiterativo por parte del educador actualmente.
Además, se asume como relevante el concepto de educación a la base de la flexibilidad y la diversidad, ya que todo niño/a aprende de forma distinta, partiendo desde sus conocimientos o experiencias previas, contextos, historias, lenguajes y sentidos diferentes; por lo que no puede haber una sola forma de apoyar el aprendizaje de todos/as (Cristian Cox. 2005). De acuerdo a esto, se llevará a cabo una práctica pedagógica que garantice una gestión coherente, reflejada en planificaciones y evaluaciones pedagógicas, respondiendo a la heterogeneidad de los/as niños/as en sus intereses, ritmos de aprendizaje, mediación que se lleve a cabo, en la forma como se organiza el ambiente y los tiempos, en el trabajo con las familias y en la adecuación del currículo de acuerdo a la realidad socio-cultural de los/as niños/as.
Es por esto que es prioritario para nuestro quehacer educativo integrar niveles de influencia educativa, desde lo micro a lo macro, vinculando el currículum con las formas de vida de los/as niños/as a través del conocimiento del contexto familiar por parte de las educadoras, en otras palabras, “el potencial evolutivo de los entornos de un mesosistema (continuidad entre microsistemas) se ve incrementado si los roles, actividades y díadas en las que participa la persona vinculante con otros entornos estimula la aparición de confianza mutua, una orientación positiva, el consenso de metas entre entornos, y un equilibrio de poderes progresivo que responda a la acción en nombre de la persona en desarrollo” (Bronfenbrenner, 1987: 58). Todo este proceso nos permite, como futuras educadoras, realizar innovaciones educativas, así como mejorar la motivación y el rendimiento de los/as niños/as al conectar sus conocimientos previos y formas de vida con los conocimientos y experiencias educativas propias de la cultura escolar.
Para cumplir los principios y planteamientos mencionados anteriormente, se considerará la educación en torno a los cuatro pilares del conocimiento definidos por Delors (1996):
Estas cuatro vías del saber convergen en una “educación de preguntas” (Freire, 1986), es decir, una educación creativa y apta para estimular la capacidad humana de asombrarse, de responder a su asombro y resolver sus verdaderos problemas esenciales, existenciales, y el propio conocimiento. Dejando de lado el camino más fácil, el cual es justamente la pedagogía de la respuesta, porque en ella no se arriesga absolutamente nada.
De la misma forma, estos pilares convergen en una visión del niño/a como sujeto, miembro de una familia, de una comunidad y ciudadano del mundo; quien encuentra su desarrollo cuando surge la necesidad de adaptarse a su entorno, que debe construir sus aprendizajes a través de sus experiencias, creando conocimientos, habilidades vitales, perspectivas, actitudes y valores fundamentales para un mundo sostenible, un mundo justo, equitativo y pacífico en el que las personas se preocupan del medio ambiente para contribuir a las próximas generaciones. Para construir el futuro es necesario vigilar el presente, y por esto cuanto más cuidamos las necesidades de un período, mayor éxito tendrá el período siguiente. Es aquí donde radica el rol de la educadora.
De acuerdo a lo anterior, la educadora se asume como un agente necesario para generar el proceso de cambio. De acuerdo a esto, la evaluación es la herramienta que nos permite dar cuenta de estas transformaciones, ya que apoya el aprendizaje de los niños y conduce a un plan de experiencias de aprendizaje significativo. Es por esto que es primordial llevar a cabo una evaluación continua, pues es el proceso que nos permite obtener información en el contexto diario de experiencias para lograr una imagen representativa de las habilidades y progresos de los/as niños/as, a través de la observación sistemática y la documentación, considerando sus experiencias, la interacción con ellos/as y el intercambio de información con las familias (Dodge & otros, 2004). Asimismo, es fundamental tener claro las metas y objetivos que se quieren evaluar, es decir, donde quiero que lleguen los/as niños/as y a que área del desarrollo esta dirigido (cognitivo, social, físico, entre otros).
Para que todo lo mencionado anteriormente se lleve a cabo, es fundamental proporcionar aprendizajes centrados en la práctica del niño/a y, al mismo tiempo, hacer frente a la proliferación de estándares curriculares y a las demandas de rendición de cuentas, a través de procesos de enseñanza-aprendizaje oportunos, intencionados, pertinentes y significativos a la realidad dentro del aula, especialmente en los primeros años, periodo que convoca nuestra práctica pedagógica.
Asimismo, la educación tiene la misión de permitir a todos, sin excepción, la potenciación y enriquecimiento de todos sus talentos y sus capacidades, lo que implica la realización de su proyecto personal. De acuerdo a esto, Fröebel plantea: “La educación consiste en suscitar las energías del hombre como ser progresivamente consciente pensante e inteligente, ayudar a manifestar con toda pureza y perfección, con espontaneidad y conciencia, su ley interior, lo divino que hay en él”. (Luzuriaga. 1963: 200). Esto nos permite tener presente, como futuras educadoras, que el quehacer educativo debe estar a la base del respecto y aceptación de cada niño/a, considerando su principio de singularidad (MINEDUC, 2001), ofreciendo así, posibilidades de experimentar, de tantear, de probarse a sí mismo, limitando ese “no” reiterativo por parte del educador actualmente.
Además, se asume como relevante el concepto de educación a la base de la flexibilidad y la diversidad, ya que todo niño/a aprende de forma distinta, partiendo desde sus conocimientos o experiencias previas, contextos, historias, lenguajes y sentidos diferentes; por lo que no puede haber una sola forma de apoyar el aprendizaje de todos/as (Cristian Cox. 2005). De acuerdo a esto, se llevará a cabo una práctica pedagógica que garantice una gestión coherente, reflejada en planificaciones y evaluaciones pedagógicas, respondiendo a la heterogeneidad de los/as niños/as en sus intereses, ritmos de aprendizaje, mediación que se lleve a cabo, en la forma como se organiza el ambiente y los tiempos, en el trabajo con las familias y en la adecuación del currículo de acuerdo a la realidad socio-cultural de los/as niños/as.
Es por esto que es prioritario para nuestro quehacer educativo integrar niveles de influencia educativa, desde lo micro a lo macro, vinculando el currículum con las formas de vida de los/as niños/as a través del conocimiento del contexto familiar por parte de las educadoras, en otras palabras, “el potencial evolutivo de los entornos de un mesosistema (continuidad entre microsistemas) se ve incrementado si los roles, actividades y díadas en las que participa la persona vinculante con otros entornos estimula la aparición de confianza mutua, una orientación positiva, el consenso de metas entre entornos, y un equilibrio de poderes progresivo que responda a la acción en nombre de la persona en desarrollo” (Bronfenbrenner, 1987: 58). Todo este proceso nos permite, como futuras educadoras, realizar innovaciones educativas, así como mejorar la motivación y el rendimiento de los/as niños/as al conectar sus conocimientos previos y formas de vida con los conocimientos y experiencias educativas propias de la cultura escolar.
Para cumplir los principios y planteamientos mencionados anteriormente, se considerará la educación en torno a los cuatro pilares del conocimiento definidos por Delors (1996):
- Aprender a conocer: Comprender y descubrir el mundo que nos rodea a través de la exploración innata, la indagación, generando en el/la niño/a el descubrimiento con interés, penetrando en el fondo de las ideas, desarrollando la capacidad de asombro ante la realidad, analizando, entendiendo y reflexionando (Short, 1999). El aprendizaje a través de la indagación nos permite, como futuras educadoras, facilitar la participación activa de los/as niños/as en la adquisición del conocimiento, en el desarrollo del pensamiento crítico, la capacidad para resolver problemas y la socialización, habilidades primordiales que se considerarán en la práctica pedagógica. Frente a esto, se tendrá en consideración para el quehacer educativo personal transmitir al niño/a seguridad emocional y social, favoreciendo la confianza para explorar el mundo que le rodea, enfrentar desafíos positivos, confiar en sus capacidades y correr riesgos necesarios (Galván, 2003). Al igual que la estimulación de sus actividades lúdicas, la escucha activa, la comprensión y el interés por parte de la educadora (en formación) en la indagación y curiosidad del niño/a, pues de esta manera se inculcará el placer de aprender, la capacidad de aprender a aprender y la curiosidad del intelecto.
- Aprender a hacer: Adquiriendo competencias que permitan hacer frente a diversas situaciones dejando de lado las limitaciones en los aprendizajes, y favoreciendo el trabajo en equipo. El aprender a hacer le permite al niño/a adquirir habilidades y estrategias que favorecen la toma de decisiones frente a diferentes circunstancias y su futuro desenvolvimiento en su entorno. Es aquí, donde aprendizajes como la empatía, la autoregulación, la reflexión y la autonomía son fundamentales, ya que a través de estos aprendizajes se logra la capacidad de formar la propia identidad, la autoestima positiva, mirar con sentido crítico la realidad que nos rodea y tener la aptitud de saber elegir sobre si lo que le está ocurriendo es bueno o malo para nuestro desarrollo integral, es decir, se lleva a cabo “una educación problematizadora” (Peralta, 2006), abierta al diálogo, a la critica, al desarrollo de problemáticas sociales, que al mismo tiempo favorece la organización, integración y trabajo en equipo.
- Aprender a vivir juntos: Desarrollando la comprensión del otro, la empatía y la percepción de las formas de interdependencia, respetando valores de pluralismo, comprensión mutua y paz. De acuerdo a este pilar, la educación se trata de aprender a vivir juntos conociendo mejor a los demás, considerando y respetando su historia, sus tradiciones y su espiritualidad y, a partir de ahí, crear un espíritu nuevo que impulse la realización de proyectos comunes o la solución pacífica de conflictos. Este pilar nos permite concebir la educación de los valores, considerando la armonía del vivir con un sentido en el respeto por si mismo y por el otro, creando así, espacios para la felicidad, la empatía, la realización mutua, el respeto y la colaboración (Maturana, S.f.), siendo estos valores trascendentales en la vida del niño/a como futuro/a ciudadano/a social.
- Aprender a ser: Dotándose de un pensamiento autónomo y crítico a través de la indagación, información, pensamiento, mentalidad abierta, solidaridad, equilibro y reflexión (Organización del Bachillerato Internacional, 2009), pudiendo así, elaborar un juicio propio, para determinar por sí mismos qué deben hacer en las diferentes circunstancias de la vida. Todo lo que nos proporciona este pilar se lleva a cabo de manera óptima cuando el proceso de enseñanza-aprendizaje considera el principio de actividad (MINEDUC, 2001), es decir, el/la niño/ es el protagonista de sus aprendizajes a través de procesos de apropiación, construcción y comunicación. Esto implica considerar que los/as niños/as aprenden actuando, sintiendo y pensando, es decir, generando sus experiencias en un contexto en que se les ofrecen oportunidades de aprendizaje según sus posibilidades, con los apoyos pedagógicos necesarios que requiere cada situación y que seleccionará y enfatizará la educadora, sobre todo al momento de establecer interacciones con los/as niños/as, pues de esta manera se logran aprendizajes significativos para los niños y niñas (Dombro, Jablon & Stetson, 2010), favoreciendo su desarrollo integral y su futuro desenvolvimiento en la sociedad.
Estas cuatro vías del saber convergen en una “educación de preguntas” (Freire, 1986), es decir, una educación creativa y apta para estimular la capacidad humana de asombrarse, de responder a su asombro y resolver sus verdaderos problemas esenciales, existenciales, y el propio conocimiento. Dejando de lado el camino más fácil, el cual es justamente la pedagogía de la respuesta, porque en ella no se arriesga absolutamente nada.
De la misma forma, estos pilares convergen en una visión del niño/a como sujeto, miembro de una familia, de una comunidad y ciudadano del mundo; quien encuentra su desarrollo cuando surge la necesidad de adaptarse a su entorno, que debe construir sus aprendizajes a través de sus experiencias, creando conocimientos, habilidades vitales, perspectivas, actitudes y valores fundamentales para un mundo sostenible, un mundo justo, equitativo y pacífico en el que las personas se preocupan del medio ambiente para contribuir a las próximas generaciones. Para construir el futuro es necesario vigilar el presente, y por esto cuanto más cuidamos las necesidades de un período, mayor éxito tendrá el período siguiente. Es aquí donde radica el rol de la educadora.
De acuerdo a lo anterior, la educadora se asume como un agente necesario para generar el proceso de cambio. De acuerdo a esto, la evaluación es la herramienta que nos permite dar cuenta de estas transformaciones, ya que apoya el aprendizaje de los niños y conduce a un plan de experiencias de aprendizaje significativo. Es por esto que es primordial llevar a cabo una evaluación continua, pues es el proceso que nos permite obtener información en el contexto diario de experiencias para lograr una imagen representativa de las habilidades y progresos de los/as niños/as, a través de la observación sistemática y la documentación, considerando sus experiencias, la interacción con ellos/as y el intercambio de información con las familias (Dodge & otros, 2004). Asimismo, es fundamental tener claro las metas y objetivos que se quieren evaluar, es decir, donde quiero que lleguen los/as niños/as y a que área del desarrollo esta dirigido (cognitivo, social, físico, entre otros).
Para que todo lo mencionado anteriormente se lleve a cabo, es fundamental proporcionar aprendizajes centrados en la práctica del niño/a y, al mismo tiempo, hacer frente a la proliferación de estándares curriculares y a las demandas de rendición de cuentas, a través de procesos de enseñanza-aprendizaje oportunos, intencionados, pertinentes y significativos a la realidad dentro del aula, especialmente en los primeros años, periodo que convoca nuestra práctica pedagógica.